De Cartas (a Sergio Chávez)

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Mi estimado hermano Sergio:

¿Qué tal?, mi Sergio, ¿cómo está mi pueblo, mi ciudad, mi Norte querido? ¿Cómo están mis amigos, mis paisanos, mis calles? Me da gusto escribirte de esta manera, mediante la palabra escrita, de la cual has hecho gala y me conforta que somos muchos más quienes la practicamos con la responsabilidad de los mensajes que viajan en ellas. Eres 7n escritorazo de primera, sabes contar con detalle y emocionas al lector. Y no te acepto que digas que en eso soy tu maestro, aunque mi ego se rebele y me presione por aceptarlo. Me dice el ego: "créelo,  Sergio no es de los que mienten". Lo que sí es que eres generoso al decirlo.

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Hace apenas unos días inicié este ejercicio de escribir cartas, género de la literatura llamado epístolas. Claro que tú tienes referencia de ellas por el camino que recorres de llevar la palabra de Dios, y que las epístolas forman parte importante de la Biblia. Y en un comentario que hiciste en referencia a que unos fuimos de la planilla Verde y otros de la Negra, lo hiciste de broma con un compañero. Y yo agrego, para reitera que fue broma, lo necesarios que somos las contrapartes, como el día y la noche, como el principio y el fin, como lo blanco y lo negro. Es la dialéctica, diría nuestro amigo Óscar Eligio. Así participamos en la política estudiantil, necesitándonos unos a los otros.

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Siempre te leo Sergio, y he visto un crecimiento de tu persona en lo espiritual y en lo físico al realizar ejercicio casi de manera permanente, allá por los rumbos de la rotonda, como bien lo das a conocer. Y asimismo veo que en tus transmisiones estructuras mensajes que llevan implícito y explícito la preocupación por ayudar a los otros a crecer y a reconocer que todos andamos con cuitas, las que a veces nos hacen trastabillar, y pensar si seguimos o no, y siempre es buena y necesaria la palabra para motivarnos, para empujarnos, para curar como bálsamo en las heridas de vida, en los rayones que nos hacemos al caer, y entonces está tu palabra.

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Fíjate Sergio, que aparte de coincidir en la Normal, de viajar algunas veces juntos, y que estuvimos en tu casa alguna ocasión que anda en bruma en mis recuerdos, pero que el hecho sin detalles lo tengo en la memoria, porque allí me enteré que tu señor padre era el compositor de El Califa, corrido que dio a conocer de manera internacional Don Antonio Aguilar. Y aunque platicamos poco en nuestros estudios normalistas, sabíamos uno del otro. De ti por tu juego en el futbol, por ser entronizado en muchas cosas, aventado, como decimos, y lo digo en el mejor sentido de la palabra. Y luego, ya de egresado supe del accidente que tuviste y me has contado.

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Y digo, aparte de coincidir en todo ello, me fue grato saber, aunque no por la circunstancia, que tu suegro era ni más ni menos el maestro Héctor Urbina, que tuve en quinto grado, y del cual siempre refiero en reuniones con maestros y padres de familia, o en clase con los alumnos, que bastaron dos de sus preguntas en un recreo de cualquier día de clase, que me motivó a no apartarme de mi camino de estudiante para tener una profesión que me diera de adulto la posibilidad de ganar un salario seguro y digno, y digo digno por la manera de ganarlo, no en referencia a la cantidad, que en el caso de los maestros siempre ha sido algo limitado. ¿De grande quieres trabajar en el sol como tu padre? ¿De grande quiere vivir en una asa como viven ahora? Y mi respuesta de un "no" rotundo, mas su reflexión final y consejo, me hizo seguir el camino de estudiar y no abandonar aún con las carencias económicas y el frío y la lluvia y los bolsillos vacíos en esos cuatro años. Y digo lo de los bolsillos vacíos, porque ¡qué difícil es tener novia y no poder invitarle una soda y unos tacos de harina!

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Y qué linda y maravillosa es la amistad y las coincidencias en escribir. Aunque bien me puedes decir que nada es casualidad. Que lo que llamamos coincidencia es una manera nuestra de decirnos, pero que hay unos planes perfectos en otra parte del universo y que un ser supremo y divino los echa a andar. Y aprovecho para agradecerte la invitación al desayuno en mayo pasado que estuve por nuestro pueblo, y que me dio oportunidad de escucharte en vivo y a todo color.Te tengo mucho aprecio Sergio, a ti y a toda tu familia, que es extensa, por la parte de tu familia de origen en el Barretal, por la tuya propia, con tu esposa Nancy y la familia de ella, pr los Urbina Terrones.

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Les deseo siempre salud y alegría, que la merece por todo eso que realizan en el caminar por la vida, siempre con valores, siempre procurando hacer el bien y multiplicarlo. Nuestra sociedad necesita muchas más personas como ustedes.

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Y me seguiría extendiendo en los recuerdos, que a la palabra servimos, y al darse cuenta nos ayuda a prolongarse, mas es siempre necesario poner un punto final para continuar en otro inicio. Mas antes de terminar te digo que sigas con tus afanes de predicar la palabra como bien lo sabes hacer, y no hay necesidad que te lo diga, para que cuando nos corresponda acudir a cuentas en otro plano, vayamos con alegría sabiendo que en la medida de nuestras posibilidades, y con errores como eres humanos, cumplimos con nuestro deber. Asimismo sigue escribiendo sobre personas sencillas , que los he conocido a través de tu clara y precisa pluma. Es también una misión que tenemos.

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Me despido con la manera como lo hacíamos mi padre al dictar a mis hermanos mayores  las cartas a sus hermanos y hermanas de Guanajuato: "más vernos que escribirnos". Un abrazo fuerte

de Antonio. Villahermosa, Tab; diciembre de 2021


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