Balada de la nostalgia

Un crepúsculo frente al mar azul y un amanecer en el mismo lugar. Botellas de plástico y vidrio, basura. Y el horizonte allá a lo lejos. Unas barcas en alta mar. Y la mirada fija en un punto preciso de fuga. Una familia de pescadores nos ofrecieron camarón seco que tenían al sol. Eran moriscos avecindados acá. De noble corazón, sonrisas y plática fácil. "Coman, es de todos", repetían.
Buscas una pieza de auto usado. Y recorres cementerios a donde les llevan después del uso. Buscas la pieza que le falta al tuyo. Y está a buen precio. A esos despiezaderos se las llama "yonques". Un rin, un disco, llanta, faro, puerta, birlo, árbol de levas, etc. Y se ven en rutas a orillas del camino por todas las vías de entrada y salida de la ciudad. La frontera tiene su ritmo. Y parte principal son los autos. De distintos modelos, colores, tamaños. Tenerlo no es un lujo, es herramienta para el desplzamiento de casa al trabajo. Estados Unidos casi no tiene autos viejos.
Bajo un frondoso aguacate. O nogal. Llegábamos como diez muchachos y muchachas. Teníamos la sonrisa siempre con nosotros. Y un libro. Solo uno que leíamos en voz alta. Y luego a explicar para explicarnos sobre lo que significaban esos hojas muertas que revivían en la lectura. Eran temas de filosofía. Razones y explicaciones para saber lo que somos. Lo que fuimos. Lo que seremos. Nunca hubo respuestas definitivas. Pero enmarcamos la existencia misma sobre debates del origen y destino. Ejercicios de lógica y coherencia. No era tarea oficial. Era autotarea. Y seguimos sin respuestas. Sin embargo somos ahora lo que modelamos en esos momentos y en otros posteriores. Éramos y somos hermanos.


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