Elegía para Ernesto

Se me ocurre la palabra cítara para iniciar la charla. Desde algunos años sé que me lees y escuchas, entre las nubes. Yo grabé una parte de tus charlas de andanzas y mudanzas en el norte. Y al momento de tu ausencia las busqué y subí a la red. La volví a ver más de diez veces. Y me dije: qué frágiles somos en la vida. Fuiste siempre la imagen de la sencillez y el afecto. Nunca te escuché en quejas de la vida. Al contrario, tu lucha diaria por trascender el día sin menoscabo de la sonrisa. Tu filosofía de vida estuvo plagada de aprecios. De reconocimiento a los otros. Imagino tus horas de carretera bajo el cielo en días y noches. La música del acordeón y el bajo sexto. Siempre apoyando a cada ser cercano. Las sonrisas pródigas y los abrazos necesarios. Siempre habrá algo mejor, en la esperanza. Y Ernesto Chávez no fue profesionista  funcionario público, ni miembro de las cámaras, o ministro de la Corte. Fue un ciudadano de bien. Un hombre bueno y noble. Sencillo. Trabajador y alegre a carta cabal.

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