Lectura de obra

A pesar de los años, me pongo nervioso y siento ansiedad cuando me toca leer obra en público. Lo hago con gusto, porque me invitan amigos generosos. Y trato de hacer mi mejor esfuerzo para que el público no salga defraudado. Me ha tocado asistir a lecturas de otros conocidos o desconocidos escritores. A algunos ni se les escucha, o si se les escucha, no se les entiende, a causa de una mala dicción. Y en muchas ocasiones el escritor lleva su obra y se pone a leer sin más, ni más, sin importarle el tipo de público, si son adultos, si son adolescentes. Si estos son lectores o no. Entonces a veces el público se aburre, y le queda mal sabor de oído dichas lecturas públicas.
Pero vale decir que tampoco hay mucho público para este tipo de actividad. No es que haya un cartel, lo vean las personas, y griten de alegría y salten, por saber que tendrán oportunidad de escuchar a alguien que escribe. Nada de eso. A veces hay mas personas en el presidium que en el público, o igual o en el público ligeramente más. A veces la lectura es con públicos cautivos. El caso es que el que escribe debe tener cierta experiencia que le permita decir algo interesante, o que haga reír con algo dicho como ocurrencia o leído de su escrito.
Lo importante es la actividad. Y que algo saquemos de provecho en este tipo de actividades culturales.
He tenido la oportunidad de escuchar a escritores muy buenos, a Roberto Fernández retamar, poeta cubano, a Augusto Monterroso, poeta guatemalteco, a Alejandro Aura, poeta mexicano, y otros. Pero menciono a ellos tres para comentarles por ejemplo que Retamar en sus lectura públicas, lo escuché en La Habana, y aquí, en Villahermosa, y me di cuenta que siempre, entre todo lo que lee,  lee el poema ¿Y Fernández?, porque es un poema muy popular, y rápidamente genera simpatía, por los personajes, que son su papá, el tal Fernández, y la mamá, y que viene siendo la admiración por sus padres, y el amor de su madre que el título lo dice, al salir de una operación, del adormecimiento de la anestesia, mira a su hijo, el poeta Roberto, pero pregunta ¿Y Fernández?, que era su esposo. Este, dice en el poema que era tan honrado, que cuando le ofrecieron un puesto de gobierno, no aceptó porque sabía que en ese puesto todos robaban.
Y en el caso de Augusto Monterroso, era un humorista en su charla pública, de tal manera, que con ironía muy fina (que así es su obra) hacía reír a su público. Decía por ejemplo, en una charla que hizo en Mérida, Yucatán: "he trabajado en muchas actividades, y en mis datos biográficos siempre leen que también fui carnicero. Y en efecto trabajé de muchacho en una carnicería, y todos se imaginan ensangrentado, con mi mandil blanco rojo, y mi cuchillo sacando filo en la chaira, pero sí, trabajé en una carnicería, solo que en el departamento de contabilidad".
Y al poeta Alejandro Aura lo escuché aquí en Villahermosa. Escuché a Alejandro Aura una tarde que llegó a leer sus poemas a la galería El Jaguar Despertado, de Villahermosa. No recuerdo el año. Lo que sí recuerdo era su voz, muy expresiva, y sus manos que se movían como mariposas. Me quedó esa imagen de él, de una vitalidad a toda prueba, de su sonrisa al hablar, y el fluir de anécdotas. Luego al paso de los años encontré uno de sus libros en una librería de viejo. Y volví a encontrarme con sus poemas. Y al leerlos sentía que él los estaba leyendo.
Luego vino el día de su muerte. Me enteré antes que estaba internado, y que su estancia era terminal. Entonces él, en esa circunstancia abrió un blog en internet, como un cuaderno digital, y cada día iba registrando su percepción de los últimos momentos. Finalmente le llegó su último día, llegó a la última estación y nos dejó un bello poema que precisamente se llama despedida. Y que para valorar cada día, lo leo cada vez que tengo oportunidad. Este es:
DESPEDIDA
 Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta, pedir los abrigos y marcharnos, aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo y en las que cada uno pusimos nuestra identidad; se quedarán los demás, que cada vez son otros y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue, también el hueco de nuestra imaginación se queda para que entre todos se encarguen de llenarlo, y nos vamos a nada limpiamente como las plantas, como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo y luego, sin rencor, deja de estarlo. ¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres, allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra, eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas en el que el tiempo se mueve tan despacio que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua. O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos, esperanzador y eterno como la existencia de los dioses. O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen. Lo que queda no hubo manera de enmendarlo por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo, ya estaba medio mal desde el principio de las eras y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse a deshacer el apasionante intríngulis de la creación, de modo que se queda como estaba, con sus millones, billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano, esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver. Nos vamos. Hago una caravana a las personas que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós. 

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