Me acompaña a donde sea

Alguna vez, en la infancia, alguien dejó encargada una guitarra en la casa (quizá empeñada), y mi padre, con parsimonia, la colgó en la pared. Como si fuera un bicho raro, yo quedé absorto ante ella, sus curvas, las cuerdas, y siempre estuve tentado a tocarla. Lo cual de inmediato hice, y mi padre, de inmediato, también, me dió un manotazo suave, de eso no se toca.
Luego la volví a encontrar en la secundaria. El maestro de música de la secundaria tocaba el acordeón, recuerdo bien, melodías mexicanas y francesas, y, como la escuela tenía diversos instrumentos, nos invitó a practicar un instrumento, yo quería guitarra, pero me asignaron mandolina. Sin embargo fuera de los ensayos, yo buscaba guitarra y empecé a aprender los primeros acordes.
Con la mandolina me integré a la estudiantina. Pero la guitarra me rondó y la pretendí siempre.
En una tienda de Brownsville, creo se llamaba Whitman, en la que vendían navajas y rifles, también vendían instrumentos musicales, separé con un enganche de 5 dólares, una guitarra eléctrica, que no pude avanzar en el pago.
Cuando cobré mi primer salario como maestro, de un año acumulado, 1980, hice un viaje a Yucatán, y tuve la oportunidad de comprarme una, de buen sonido, de buena madera. Y anduvo conmigo en Jalpa, hasta que, prestada a alguien (suele suceder) me la rompieron como a los tres años.
Luego compré otra. Pero hay una con la que estuve muy encariñado. Era una tejana.
Llegué a una fiesta en casa de una sobrina en Harlingen, Texas. Y entre la algarabía de fiesta contaren asada y cerveza, sacaron una linda guitarra, de las de música country. La afiné, Me dijeron de quien era, en Matamoros, familiar cercano mío, que no la usaba. Y les dije "yo se la llevo". Y ya en Matamoros se me olvidó, y llegó hasta Villahermosa. Muchos años conmigo. Hast que los amigos de lo ajeno hicieron de las suyas, y la robaron, junto con un banjo y una flauta dulce. Sentí más que me robaran la guitarra, la tejana, la que me acompañó por 25 años, de sonido brillante, de madera sonora, de buenas curvas, de agradable olor.
Las que tengo ahora son distintas, bellas. Mas la nostalgia me hace extrañar esa guitarra que me robaron.

Pd. Y sí, me acompaña a donde sea. Además ha sido bálsamo en mis cuitas, asesora en mis desvaríos,  anti estrés, cómplice en mis mensajes. A veces cuando me preguntaban sobre quién me trataba en mis problemas de estrés, qué doctor, y lo hacían porque sabían de las presiones en mi trabajo, que tuve por varios años, mi respuesta fue tajante: "no tengo problemas de estrés. Tengo mi guitarra. Y con ella basta. Me conforta , me alegra, me genera tranquilidad y dicha".

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